07 marzo 2011

Crónica del día de Carnaval

Ayer fue un día bastante ajetreado. Para empezar había quedado para comer con unos amigos.

Salí a la calle y me encontré completamente deslumbrado durante unos segundos. Hacía tiempo que no salía de día, es lo que tiene ser un ni-ni. Al recobrar la vista estaba invadiendo el carril bici, casi me atropellan y empecé a ver tres críos correteando con pintas de seres del inframundo. Sus chillidos me torpedeaban los oídos. Miré hacia arriba para comprobar el color del cielo. No era rojo, no era el día del juicio final. Estupendo, vayamos a disfrutar del día.

Como diría cualquier crítico de cine sobre cualquier cosa popular: la luz del sol está sobrevalorada. Comí con los colegas, una vueltecita por la murada, unas cervecitas y muchas risas. Nada hardcore, por la noche había que salir: no me podía librar en Carnaval.

Antes de seguir dejad que os cuente por qué dejé de disfrazarme. Cuando yo era un crío mi abuela tenía un pequeño negocio de venta y alquiler de disfraces que confeccionaba ella misma. De pequeño es todo muy divertido mientras tengas un complemento molón para el disfraz: espadas, pistolas, biblias o, en definitiva, cualquier cosa con la que matar gente (sea o no de manera ficticia). Cuando vas llegando a cierta edad va siendo necesario que el disfraz mole. Y aquí es cuando llega mi gran trauma que hizo que dejara de disfrazarme. Todos los chicos del colegio iban disfrazados de cosas molonas como cowboys, punkies o superhéroes (en los 90 las mallas ajustadas todavía se podían considerar heterosexuales). Sin embargo, mi abuela me preparó un estupendo disfraz hecho a mano de... *redoble de tambores*... ¡POLLO! Acepté mi derrota desde el principio y no opuse ninguna resistencia a ser el blanco de puñetazos y palizas varias. No podía evitarlo, yo en su lugar hubiera hecho lo mismo. Peter Griffin también.

Volviendo al día de ayer, parece que al final me dio demasiado el sol y decidí disfrazarme rompiendo con una larga tradición. Fue una decisión de última hora. Una cota de malla prestada y el tabardo que me hizo Jill dieron suficientemente el pego para un disfraz de caballero medieval.

Hay que decir que salir con una cota de malla que pesa más de 10 kilos es un poco heavy, pero tiene sus ventajas. No hay mucha diferencia entre estar en medio de una refriega en plena batalla o estar a las tantas en la pista de baile rodeado de alcohólicos con todo tipo de disfraces. La gente se hace unos disfraces que ríete tú de las katanas de Hattori Hanzō. Por desgracia me faltaba un yelmo a juego o un sombrero de mexicano para cubrirme la cara. Me llevé algún que otro impacto, pero nada grave.

Sobre los disfraces que vi anoche, nada espectacular, poca cosa más de lo que ya había anticipado en el anterior post. Solo quiero hacer una pequeña reflexión. ¿En serio vale la pena ponerse esos disfraces que, aparte de joder al personal, te incapacitan para hacer cualquier cosa? Vamos a ver, a los pubs se va a beber y, por si lo dudabais, cuando se bebe se mea. Regla de oro de los disfraces: si no puedes mear de manera normal con el disfraz es que NO es un buen disfraz. Algunos son tan gilipollas que no pueden ni empinar el codo con el disfraz puesto. No le deis más vueltas y dejad de dar por culo con vuestros armatostes.

En fin, me acosté a las siete y media completamente reventado, todavía hoy tengo los hombros fatigados y con unas cuantas anillas marcadas. Al menos ya he aprendido una buena lección: nunca más me vuelvo a disfrazar.

3 comentarios:

H@n dijo...

Me encanta hacer disfraces, y siempre sigo la normal de "si no puedes mear, no es un buen disfraz"
Te acuerdas del de conejo? Tiene una abertura para que se pueda sacar el pene =D (el disfraz lo hice para un chico, peor luego me lo quedé)

Jill dijo...

¿Y lo sexy que estabas? :3

El mejor disfraz de la noche fue el de súper tomate. xD

Kurai dijo...

Lo que me he podido reir con lo del disfraz de pollo xDDDD


He visto fotos de tu disfraz, pero no se ve bien la cota >.<!