20 enero 2007

Crítica: El Ilusionista

El ilusionista es, en si misma, un truco de magia barata; una burda ilusión a la que se le ve el plumero desde el principio. Permitidme que use una metáfora tan recurrente con el título pero es que ilustra a la perfección la película. La historia es tan lineal y recurrente que, con suerte, uno se sorprende de la primera media hora de metraje.

El resto de la película es simplemente un esfuerzo para no desfallecer, y no precisamente hipnotizado. En el mejor de los casos un espectador conseguirá no entrever el final. El resultado será un buen sabor de boca por cinco minutos de película que no justifican las dos horas anteriores. Y es que la película es simplemente eso: un factor sorpresa.

El ilusionista, por definición, es una película que no permite un segundo visualizado -aunque para eso habrá que aguantar el primero sin retorcerse en la butaca-. Una buena película no debería depender del desconocimiento de su historia para agradar. Apoyarse en el factor sorpresa no aumenta la calidad del film, aunque, visto lo visto, parece que camufla bastante bien sus defectos.

Hacía más de un mes que no iba al cine -la temporada más larga de los últimos tres años- y la verdad es que me he ido algo desilusionado con la película. No obstante, sigo ganas y ansias de ver toda la cartelera pero todo son exámenes, estudios y prácticas. ¡Maldita sea!

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